Oda al Hombre de Nuestra América



¡Envíanos, Oh glorioso, con viento del sur un suspiro!, y tráiganos a nosotros tu nombre todos los 25 de febrero, haciéndote presente en cualquier rincón de Nuestra América, en el día de tu nacimiento, como así también los 17 de agosto, fecha en que pasaste a la inmortalidad.

Manda un viento desde el sur de América y que traiga tus palabras, tú que has dicho: “los liberales somos hermanos en todos lados”, y por las cuales te han condenado, y encadenado de algo que llaman historia universal.

Ven en un viento de los Andes, innegable, bibliógrafo, oh padre de la patria, amante de la causa de América; recorre las bibliotecas que has dejado en Santiago, en Lima, en Mendoza, y léenos tus últimos libros que donaste a Buenos Aires, y no dejes nunca de recordarnos lo que piensas: “la ilustración y fomento de las letras es la llave maestra que abre las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos”.

Imperecedero, de los Andes viene el polvo de las cadenas rotas; perdona a quienes fomentan el rumor de que fuiste un liberal o un monarca, minimizando tu empeño en defender el principio de soberanía popular en contra del absolutismo divino; como así también a los que te etiquetan simplemente de masónico, pues, como lo has dicho, tú solo defiendes “la causa de la humanidad”.

Regrésanos en el viento de los Andes un silbido y pon sobre nuestros oídos lo que hemos aprendido de ti: lo universal y la humanidad; que grande eres, lo ha dicho un amigo: “estaba destinado a ser un gran hombre y si hubiera muerto sin alcanzar a ilustrar su nombre, yo me hubiera acordado de él siempre”.

Hombre, ven en un viento de los Andes y devélanos como es que tú te develaste para ser hombre libre luego de haber nacido en el Virreinato y peleado para el Rey, tráenos la imagen inimaginable de aquel niño de once años enlistándose al ejército, y segrega un poco para nosotros, sangre de tu sangre, de tu cuerpo, a gotas, como regaste los campos de batalla contra los moros en África del Norte y contra las tropas francesas en el Rosellón.

Bendice, Hombre, todas las aguas de América, las que te vieron nacer, Río querido Uruguay, y las que bañan tu Batalla, un febrero en San Lorenzo; no importa en qué tierra hayas nacido, naciste en Nuestra América,  dadnos hoy, a todo el que viva en ella, la enseñanza que te llevó a la victoria.

Hombre de allí, de acá, de allá, y de todos lados, Hombre de los de tez blanca, como tú, de pelo corto y ondulado, como eres, con tu nariz de águila; desde los Andes planeas, planificando tu ideario, junto al otro héroe de Bolívar, tan moreno como tú de tanto cabalgar por Nuestra América; Hombre o Mujer, traza nuestro camino, como tus largar patillas bordean las orejas, e indícanos el norte con tu mentón de acero para mil batallas; hijo, padre, hermano, nada de Santo, ilumina con tu mirada rasante y de espejo, y muéstranos a los Hombres de Mayo:  Mariano Moreno, Secretario de Guerra y Gobierno de la Revolución, vislúmbranos al Jefe de Ejercito del Norte, Juan José Castelli, y desmitifica  a Bernardo de Monteagudo que lo han llamado “hijo del Diablo”.

¡Cantad al Hombre del Sur!, muchachos, y ¡danzad! todos en su fiesta de la Emancipación Sudamericana y Caribeña.

Envíanos con el viento de los Andes el eco de tus frases y que retumben como truenos… “No busquéis entre los muertos al que vive”…”serás lo que debas ser o no serás nada”…”seamos libres que lo demás no importa nada” —y perdona a quienes te acusan de traidor a la Madre Patria, siendo que tú fuiste quien nos enseñó a amar a la Madre Tierra, mostrando tu lealtad a los pueblos de América.

Líbranos, en el día de tu nacimiento, con una brisa de nuevo hombre, de escuela de hombres nuevos, como al Che Guevara; prepáranos para combatir por la libertad de nuestros propios destinos.

Tráenos, primer Capitán del Nuevo Mundo, el viento que sople la historia universal de la humanidad, que nos lleve hacia la patria general y fraterna, haciéndose tu voluntad, entre los hombres y mujeres del mundo.
¡Oh, Hombre de Nuestra América, entra por miles  de ventanas, pósate como un pan en miles de mesas, toca el techo de las casas y el corazón de los miles de hombres y mujeres que viven en ti, como los sedientos que cruzaron en dieciocho días los Andes, tus descalzos que pelearon en toda América por la libertad de toda América, y pégate, de una vez y para siempre, como una estampita en la historia, porque donde tu estas, héroe y hombre, nunca santo, sigue siendo libre América: Cumple mi pedido José de San Martín (Yapeyú 1778 -    Boulogne-sur-Mer, Francia 1850).


Por Mario Daniel Villagra
Café del Oeste

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