Esta entrevista inédita en español, que se incluye en El
poder, una bestia magnífica, volumen que Siglo XXI publicará en octubre, da
testimonio de la actualidad de las ideas del pensador francés, fallecido en
1984. La locura, el dominio y la sexualidad, en un diálogo que es, al mismo
tiempo, un repaso de su trayectoria. Por Jerry Bauer.
¿Por qué usted, sin
ser antropólogo, se interesa más, desde un punto de vista filosófico, en la
estructura de las instituciones que en los mecanismos evolutivos?
-Lo que trato de hacer -y siempre traté de hacer desde mi
primer verdadero libro, Historia de la locura en la época clásica- es poner en
tela de juicio por medio de un trabajo intelectual diferentes aspectos de la
sociedad, mostrando sus debilidades y sus límites. De todas maneras, mis libros
no son proféticos y tampoco un llamado a las armas. Me irritaría intensamente
que pudiera vérselos bajo esa luz. La meta que se proponen es explicar del modo
más explícito -aun cuando a veces el vocabulario sea difícil- las zonas de la
cultura burguesa y las instituciones que influyen directamente sobre las
actividades y los pensamientos cotidianos del hombre.
-La palabra clave de
todos sus libros parece ser "poder", ya se lo entienda en el sentido
de poder disciplinario, poder de la medicina mental o poder omnipotente de la
pulsión sexual?
-¿Y qué podemos
hacer?
-El punto en que nos encontramos está más allá de cualquier
posibilidad de rectificación, porque la concatenación de esos sistemas ha
seguido imponiendo este esquema hasta hacerlo aceptar por la generación actual
como una forma de la normalidad. Sin embargo, no se puede asegurar que sea un
gran mal. El control permanente de los individuos lleva a una ampliación del
saber sobre ellos, el cual produce hábitos de vida refinados y superiores. Si
el mundo está en trance de convertirse en una suerte de prisión, es para
satisfacer las exigencias humanas.
-No sólo crítico,
usted es, además, un rebelde.
-Pero no un rebelde activo. Jamás desfilé con los
estudiantes y los trabajadores, como lo hizo Sartre. Creo que la mejor forma de
protesta es el silencio, la total abstención. Durante mucho tiempo me
parecieron intolerables los aires que se daban algunos intelectuales franceses
y que les flotaban encima de la cabeza como las aureolas en algunos cuadros de
Rafael. Por eso me fui de Francia. Me marché a un exilio total y maravilloso,
primero en Suecia, donde dicté clases en la Universidad de Uppsala, y después
en un lugar que es todo lo contrario, Túnez, donde viví en Sidi Bou Said. De
esa luz mediterránea puede decirse sin lugar a dudas que acentúa la percepción
de los valores. En África del Norte se toma a cada uno por lo que vale. Cada
uno debe afirmarse por lo que dice y hace, no por lo que ha hecho o por su
renombre. Nadie pega un salto cuando se dice "Sartre"?
-Ahora usted es
aclamado como el lógico sucesor de Sartre?
-Sartre no tiene sucesores, así como yo no tengo
predecesores. Su intelectualismo es de un tipo extremadamente inusual y
particular. Y hasta incomparable. Pero el mío no es de ese tipo. No siento
ninguna compatibilidad con el existencialismo tal como lo definió Sartre. El
hombre puede tener un control completo de sus propias acciones y su propia
vida, pero hay fuerzas capaces de intervenir que no pueden ignorarse. Para
serle franco, prefiero la sensibilidad intelectual de R. D. Laing. En su ámbito
de competencia, Laing tiene algo que decir y lo vuelca en el papel con
claridad, espíritu e imaginación. Habla en función de su experiencia personal,
pero no hace profecías. ¿Por qué, entonces, habríamos de formular profecías,
cuando éstas rara vez se cumplen? De la misma manera, admiro a Chomsky. Tampoco
él profetiza: actúa. Participó activamente en la campaña norteamericana contra
la Guerra de Vietnam, con sacrificio de su trabajo pero en el marco de su
profesión de lingüista.
-Aparentemente, usted
insiste mucho en la vida mental opuesta a la vida física.
-La vida mental abarca todo. ¿No dice Platón más o menos
esto: "Jamás estoy tan activo como cuando no hago nada"? Hacía
referencia, desde luego, a las actividades intelectuales, que en el plano
físico casi no exigen, tal vez, otra cosa que rascarse la cabeza.
-¿Sus intereses
siempre fueron filosóficos?
-Como mi padre, me incliné hacia la medicina. Pensaba
especializarme en psiquiatría, por lo cual trabajé tres años en el hospital
Sainte-Anne de París. Tenía veinticinco años, era muy entusiasta -idealista,
por así decirlo- y contaba con una buena cabeza y un montón de grandes ideas.
¡Aun en ese momento! Fue entonces cuando conocí a alguien a quien llamaré
Roger, un internado de veintidós años. Lo habían mandado al hospital porque sus
padres y amigos temían que se hiciese mal y terminara por autodestruirse
durante una de sus frecuentes crisis de angustia violenta. Nos hicimos buenos
amigos. Lo veía varias veces al día durante mis guardias en el hospital, y
empezó a caerme simpático. Cuando estaba lúcido y no tenía problemas, parecía
muy inteligente y sensato, pero en algunos otros momentos, sobre todo los más
violentos, era preciso encerrarlo. Lo trataban con medicamentos, pero ese
tratamiento demostraba ser insuficiente. Un día me dijo que nunca lo dejarían
irse del hospital. Ese horrible presentimiento provocaba un estado de terror y
éste, a su vez, generaba angustia. La idea de que podía morir lo inquietaba
mucho y llegó a pedir que le hicieran un certificado médico donde constara que
nunca lo dejarían morir; como está claro, la solicitud se consideró ridícula.
Su estado mental se deterioró y al final los médicos llegaron a la conclusión
de que, si no se intervenía con rapidez de la forma que fuera, se mataría. Así,
con el consentimiento de su familia, procedieron a hacer una lobotomía frontal
a ese joven excepcional, inteligente, pero incontrolable? Por más que el tiempo
pase, y haga yo lo que haga, no consigo olvidar su rostro atormentado. Muchas
veces me pregunté si la muerte no era preferible a una no existencia, y si no
se nos debería brindar la posibilidad de hacer lo que queramos con nuestra
vida, sea cual fuere nuestro estado mental. En mi opinión, la conclusión
evidente es que aun el peor dolor es preferible a una existencia vegetativa,
porque la mente tiene realmente la capacidad de crear y embellecer, incluso a
partir de la más desastrosa de las existencias. De las cenizas siempre surgirá
un fénix?
-Lo veo optimista.
-En teoría, pero la teoría es la práctica de la vida. En el
fondo de nosotros mismos sabemos que todos los hombres deben morir. La meta
inevitable hacia la cual nos dirigimos desde el momento en que nacemos queda
entonces demostrada. De todas formas, la opinión común parece ser diferente:
todos los hombres se sienten inmortales. ¿Por qué, si no, seguirían los ricos
abultando sus cuentas bancarias y haciéndose construir suntuosas viviendas? La
inmortalidad parecería ser la preocupación del momento. Por ejemplo, algunos
científicos están muy atareados en calcular, por medio de máquinas de alta
tecnología, acontecimientos que deberían verificarse dentro de millares de
años. En los Estados Unidos hay un interés creciente por la hibernación del
cuerpo humano, al que en una época ulterior debería volver a llevarse a la
temperatura normal. Cada año la preocupación por la inmortalidad aumenta,
aunque una cantidad cada vez más grande de personas mueran de un infarto a
causa del tabaco y la alimentación excesiva. Los faraones nunca encontraron la
solución al problema de la inmortalidad, ni siquiera cuando se hicieron
enterrar con sus riquezas, que esperaban llevar consigo. Dudo mucho de que
seamos nosotros quienes resolvamos ese problema. Algunas palabras bien
escogidas pueden ser más inmortales que una masa de ectoplasma congelado?
-¿Y estamos de nuevo
hablando del poder?
-Alcanzar la inmortalidad es la máxima aspiración del poder.
El hombre sabe que es destructible y corruptible. Se trata de taras que ni
siquiera la mente más lógica podría racionalizar. Por eso el hombre se vuelve
hacia otras formas de comportamiento que lo hacen sentirse omnipotente. A
menudo son de naturaleza sexual.
-Usted ha hablado de
ellas en el primer volumen de su Historia de la sexualidad .
-Algunos hombres y algunas sociedades consideran que
mediante la imposición de controles a las manifestaciones sexuales y el acto
sexual es posible imponer el orden en general. Se me ocurren varios ejemplos.
Hace poco, en China se propusieron lanzar una campaña en las escuelas contra la
masturbación de los jóvenes, una iniciativa que invita a trazar una comparación
con la campaña que la Iglesia emprendió en Europa hace prácticamente dos
siglos. Me atrevería a decir que hace falta un Kinsey chino para descubrir cuál
fue el éxito obtenido. ¡Sospecho que esto es como prohibirle a un pato
acercarse al agua! En Rusia, la homosexualidad es aún un gran tabú, y de ser
sorprendido en flagrante delito de violación de la ley uno termina en la cárcel
y en Siberia. De todas formas, en Rusia hay probablemente tanta homosexualidad
como en otros países, pero sigue encerrada en el clóset. Objetivamente, es muy
curioso que para desalentar la homosexualidad se encierre a los culpables en la
cárcel, en estrecho contacto con otros hombres? Se dice que en la calle Gorki
hay tanta prostitución de ambos sexos como en la place Pigalle. Como siempre,
la represión no ha conseguido sino hacer más seductores los encuentros
sexuales, y aún más excitante el peligro cuando se lo corre con éxito. La
prostitución y la homosexualidad están explotando tanto en Rusia como en las
otras sociedades represivas. Es poco común que sociedades como ésas, sedientas
de poder como suelen serlo, tengan en esos ámbitos visiones intuitivas.
-¿Por qué elegir el
sexo como chivo expiatorio?
-¿Y por qué no? El sexo existe y representa el noventa por
ciento de las preocupaciones de la gente durante gran parte de las horas de
vigilia. Es el impulso más fuerte que se conozca en el hombre; en diferentes
aspectos, más fuerte que el hambre, la sed y el sueño. Disfruta incluso de
cierta mística. Se duerme, se come y se bebe con otros, pero el acto sexual -al
menos en la sociedad occidental- se considera como una cuestión del todo
personal. Por supuesto, en ciertas culturas africanas y aborígenes se lo trata
con la misma desenvoltura que a los demás instintos. La Iglesia heredó los
tabúes de las sociedades paganas, los manipuló y elaboró doctrinas que no
siempre se fundan en la lógica o la práctica. Adán, Eva y al mismo tiempo la
serpiente perversa se convirtieron en imágenes en blanco y negro de comprensión
inmediata, que podían constituir un punto de referencia aun para las mentes más
simples. El bien y el mal tenían una representación esencial. La significación
de "pecado original" pudo grabarse de manera indeleble en las mentes.
¿Quién habría podido prever que la imagen residual iba a sobrevivir durante
tantos siglos? [...]
-¿A qué o a quién
atribuye usted la erosión de la influencia ejercida por la Iglesia y la mayor
comprensión hacia cualquier forma de práctica sexual?
-No podemos subestimar la influencia de un señor que se
llama Freud. Sus teorías no siempre eran ciento por ciento correctas, pero en
cada una de ellas había una parte de verdad. Freud trasladó la confesión de la
rígida retórica barroca de la Iglesia al relajante diván del psicoanalista. La
imagen de Dios ya no vino a resolver los conflictos: dejó su lugar al individuo
mismo a través de la comprensión de sus actos. Esa resolución ya no era algo
que podía obtenerse en cinco minutos de alguien que se declaraba superior
porque estaba al servicio de una fuerza más elevada. Freud jamás tuvo esas
pretensiones. El individuo debía ser su propio dios, por lo cual la
responsabilidad de la culpa recaía por entero sobre sus hombros. ¡Y la responsabilidad
siempre es lo más difícil de aceptar!
-¿No cree usted que
el psicoanálisis se ha convertido en un instrumento expiatorio fácil para
nuestro problema?
-Esa tendencia existe, pero más preocupante es quizás el
hecho de que el psicoanálisis ya no sea un instrumento sino una fuente de
motivación. Freud elaboró una teoría relativa a la precoz naturaleza sexual de
los niños. Como es obvio, los psiquiatras no esperaban que los niños se
prestaran a verdaderos actos sexuales; de todas maneras, no resultaba tan fácil
explicar su manera de chupar el pecho o la búsqueda automática de tal o cual
parte erógena de su propio cuerpo. Por desgracia, a continuación se llegaron a
connotar en términos sexuales hasta la comida del niño, las historietas que
leía o los programas de televisión que miraba. Sería fácil concluir que en todo
eso los psicoanalistas leían más de lo que realmente había. Así, esos niños
quedan hoy encuadrados por un mundo sexualmente orientado -creado por accidente
para ellos y no por ellos-, un mundo que, en esta fase del desarrollo, les
ofrece bien pocas ventajas.
-En su último libro,
Herculine Barbin llamada Alexina B. , usted despliega el tema del cambio de
sexo.
-Estaba haciendo algunas investigaciones para la Historia de
la sexualidad en los archivos del departamento de Charente-Maritime cuando me
cayó en las manos la extraordinaria relación del caso de una mujer cuyo estado
civil debió rectificarse y a la que hubo que anotar como hombre. Los casos de
cambio de sexo son corrientes en nuestra época, pero en general se trata de
hombres que se convierten en mujeres. Vienen a la mente de inmediato ejemplos
como el de Christine Jorgensen, que después fue actriz, o el de la célebre Jan
Morris. Como sea, la mayoría de las mujeres transformadas en hombres tenían, al
parecer, los órganos de los dos sexos y la transformación estaba determinada
por la preponderancia de la hormona masculina o la hormona femenina. El caso de
Alexina B. fue extraordinario no sólo debido al aspecto físico, sino también a
la masa de documentos exhaustivos y de acceso inmediato: esencialmente,
informes de médicos y abogados. En consecuencia, pude estudiarlo en sus grandes
líneas. Alexina B. descubrió la incongruencia de su propia personalidad cuando
se enamoró de otra mujer. Si se tiene en cuenta que esto sucedía en el siglo
XIX y, más aún, en una pequeña ciudad de provincia, es interesante advertir que
ella no procuró reprimir sus sentimientos como desviaciones homosexuales y
dejar todo como estaba. De haber sido así, no habría nada que escribir sobre el
tema?
-Al parecer, usted
siente una fascinación intensa por la exposición cronológica y el análisis de
un acontecimiento real. También ha publicado Yo, Pierre Rivière, habiendo
degollado a mi madre, mi hermana y mi hermano?
-Medio siglo, pero pocos kilómetros, separan a Pierre
Rivière de Herculine Barbin. En cierto sentido, ambos reaccionaban contra el
medio y la clase social en los que habían nacido. No considero que el acto de
Pierre Rivière -si bien engloba un matricidio y tres homicidios- sea la
afirmación de una mente atormentada o criminal. Es una manifestación de
increíble violencia si se la compara con la de Herculine, pero la sociedad
campesina normanda en la cual creció Pierre aceptaba la violencia y la
degradación humanas como un elemento de la vida cotidiana. Pierre era un
producto de su propia sociedad, así como Herculine lo era de su sociedad
burguesa y nosotros lo somos de nuestro medio sofisticado y mecanizado. Después
de cometido su crimen, Pierre podría haber sido capturado con mucha facilidad
por los demás habitantes de la aldea, pero éstos tenían la sensación de que no
era un deber de la colectividad administrar justicia por su propia cuenta.
Estaban convencidos de que era el padre de Pierre quien debía asumir el papel
de vengador y rectificar la situación. Algunos críticos consideraron mi libro
sobre Pierre Rivière como una reafirmación de la teoría existencial, pero en mi
opinión eso es absurdo. Veo a Pierre como la imagen de la fatalidad de su
tiempo, exactamente como Herculine reflejaba el optimismo de fines del siglo
pasado, cuando el mundo era fluido y podía pasar cualquier cosa, cualquier
locura.
-Pero Pierre Rivière
podría convertirse fácilmente en una ilustración clínica extraída de la
Historia de la locura en la época clásica?
-La psiquiatría contemporánea sostendría que Pierre se vio
obligado a cometer su horrible crimen. Pero ¿por qué debemos situarlo todo en
el límite entre salud mental y locura? ¿Por qué no podríamos aceptar la idea de
que hay personas totalmente amorales que caminan por la calle y son
absolutamente capaces de cometer homicidios o infligir mutilaciones sin
experimentar sentimiento de culpa o escrúpulo de conciencia algunos? ¿Hasta qué
punto Charles Manson está loco, hasta qué punto los asesinos de niños que
deambulan en libertad por Inglaterra están locos? O, en una escala mucho más
grande, ¿cuál era el grado de locura de Hitler? La psiquiatría puede llegar a
conclusiones basadas en tests, pero aun el mejor de estos puede falsificarse.
Yo me limito a sostener que todo debe juzgarse desde su propia perspectiva y no
en función de precedentes eventualmente verificados. En la Historia de la
locura traté, en sustancia, de investigar la aparición del concepto moderno de
enfermedad mental y de las instituciones psiquiátricas en general. Me incliné a
incorporar mis reflexiones personales sobre la locura y sus relaciones con la
literatura, sobre todo cuando afectaba a grandes figuras como Nietzsche,
Rousseau y Artaud. ¿Puede una forma de locura originarse en la soledad impuesta
por la profesión literaria? ¿Es posible que la composición química de un
escritor estimule metabólicamente las raíces de la locura? Éstas no son, por
cierto, preguntas que puedan encontrar respuesta mediante una simple presión
sobre el teclado de una computadora IBM.
-¿Cuál es su posición
con respecto a los diferentes movimientos de liberación sexual?
-El objetivo fundamental que se proponen es digno de
admiración: producir hombres libres e ilustrados. Pero justamente el hecho de
que se hayan organizado con arreglo a categorías sexuales -la liberación de la
mujer, la liberación homosexual, la liberación de la mujer en el hogar- es en
extremo perjudicial. ¿Cómo se puede liberar efectivamente a personas que están
ligadas a un grupo que exige la subordinación a ideales y objetivos
específicos? ¿Por qué el movimiento de liberación de la mujer sólo debe reunir
a mujeres? Para serle franco, ¡no estoy seguro de que aceptaran la adhesión de
los hombres! Muchas veces, las filiales locales de los movimientos homosexuales
son en la práctica clubes privados. La verdadera liberación significa conocerse
a sí mismo y con frecuencia no puede alcanzarse por intermedio de un grupo, sea
cual fuere.
-Hasta ahora la
acción de masas parece haber sido eficaz.
-De todas formas, el pensamiento individual puede mover
montañas? y hasta doblar cucharas. Y es el conocimiento el que estimula el
pensamiento. Por eso, en libros como Las palabras y las cosas y La arqueología
del saber traté de estructurar de manera orgánica el saber en esquemas de
comprensión y acceso inmediatos. La historia es saber y, por lo tanto, los
hombres pueden conocer a través de ejemplos de qué manera, en el transcurso de
épocas pasadas, se afrontó la vida y se resolvieron sus problemas. La vida
misma es una forma de autocrítica, dado que, aun en las más mínimas elecciones,
es preciso efectuar una selección en función de múltiples estímulos. En La
arqueología del saber intenté analizar el sistema de pensamiento que me es
personal y el modo en que llegué a él. Se trata, con todo, de una operación que
no habría podido llevar a cabo sin la ayuda de una buena cantidad de escritores
y filósofos que estudié a lo largo de los años.
-A pesar de sus
vastos conocimientos, o quizás a causa de ellos, hay muchas cosas que lo
contrarían.
-Miro mi país, miro los demás países y llego a la conclusión
de que carecemos de imaginación sociológica y política, y ello en todos los
aspectos. En el plano social sentimos amargamente la falta de medios para
contener y mantener el interés no de intelectuales, sino del común de los
mortales. El conjunto de la literatura comercial masiva es de una pobreza
lamentable, y la televisión, lejos de alimentar, aniquila. En el plano político
hay en la hora actual muy pocas personalidades que tengan gran carisma o
imaginación. ¿Y cómo podemos pretender entonces que la gente haga un aporte
valedero a la sociedad, si los instrumentos que se le proponen son ineficaces?
-¿Cuál sería la
solución?
-Debemos empezar por reinventar el futuro, sumergiéndonos en
un presente más creativo. Dejemos de lado Disneylandia y pensemos en Marcuse.
-No ha dicho nada de
sí mismo, del lugar donde creció, el modo como se desenvolvió su infancia.
-Querido amigo, los filósofos no nacen? son, ¡y con eso
basta!
Traducción:
Horacio Pons.
El poder, una bestia
magnífica
Michel Foucault
Siglo XXI
Subtitulado Sobre el poder, la prisión y la vida, este
volumen, que la editorial Siglo XXI editará en la Argentina en octubre, recoge
entrevistas y una serie de artículos dispersos que retoman algunos de los temas
centrales que abordó el pensador francés a lo largo de su amplia y variada
obra.
Por Jerry Bauer
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