Historias de casinos I: Como ingresamos


Como ingresamos


López Bustos había ganado la Municipalidad de Termas, siendo su intendente el compañero José Loto, un peronista de primera línea, opositor a muerte de Carlos Juárez, y por lo tanto haciendo uso de sus facultades, ingresó a gente de su bando a la municipalidad y al casino, cuando Juárez ganó la gobernación, era lógico que ponga a su gente, es ahí donde debíamos ingresar nosotros y otros ex empleados que habían sido reincorporados, el gerente General era Francisco Telmo Romero, éste tenía varios alias “Pato”, “Paco”, “El Puma” y  “El Negro”, también era ex empleado de juego y de esto sabía mucho, era quizás la persona mas indicada para ocupar ese puesto. Y como subgerente lo hizo Pablo Cristoff, quien tiempo después pasó a ser mi compadre, el  es padrino de mi hijo Sergio.

Previo a las elecciones, salíamos con Pablo,  Paco Romero, el Turco Ceres, Chichí Ailan y Nito Santillán  a todos los lugares del campo haciendo política, Paco era un intelectual,  de política sabía una enormidad, hablaba hasta por los codos, en lo personal a mi encantaba escucharlo, era un tipo muy preparado, leía mucho, sabía de todas las doctrinas, por su parte Pablo era el mas cercano al campesino, por eso es que la gente del interior lo aprecia mucho, el les hablaba con un vocabulario mas acorde a las personas lugareñas, la cosa es que se complementaban muy bien, la tarea nuestra era mas que nada acompañar y escuchar, …y comer, éramos jóvenes y lo que mas teníamos era hambre. Así que lugar al que íbamos pedíamos tortilla y mate cocido, total el que pagaba era el turco Gervasio Ceres, pero pagaba con un billete grande y la gente le decía ¡Hay no compañero! Diande vua sacar cambio, después me paga. Esto era una constante del turco, nos miraba y nos decía; -Che changos muertos de hambre-, ¿Que no saben otra cosa mas que comer?  Pero lo decía en broma. El turco presentaba una imagen de hombre serio,  pero así con esa seriedad, era uno de esos personajes con un humor muy particular.

Creo que era el mes de agosto o septiembre cuando debían hacerse cargo Paco y Pablo del  casino, uno como gerente (Romero) y Pablo como subgerente. Pero se corría la versión de que desde adentro del casino iba haber una seria resistencia de los hombre de Loto, se hablaba que nos iban a recibir a tiros. En el casino aún estaban don Ramón Corbalan, Tito Díaz y otros, que respondían a los mandos de Loto. Ante esta circunstancia, nosotros también recurrimos a las armas. Ya en la campaña habíamos usado todo tipo de armamento, cadenas, revólveres, escopetas y hasta hondas. Y esa noche como un agregado mas,  se trajo a un grupo de gente desde la Cañada de la Costa en apoyo a las nuevas autoridades.  El clima era pesado, nos reunimos en la Plaza San Martín, justo al frente mismo del edificio y entramos. Mas que una entrada normal, fue una toma del casino, fuimos todos a la carrera y subimos las escaleras, llegamos a la Sala de Juegos, la gente que estaba jugando y los mismos empleados no sabían de que se trataba, llevamos a Paco y a Pablo en andas, y los paseamos por toda la sala mientras cantábamos la marcha peronista, ahí parte del público se plegó y comenzaron a aplaudir, después los llevamos a la gerencia, para esto ya las autoridades anteriores ya no estaban, ante tamaño quilombo, optaron por irse, al final no pasó nada.

Días antes estaba en el negocio de mis tíos, cuando llegó Pablo y me dice.
Alfredo, prepárate para trabajar.
¡Donde! Le pregunto.
Vas a entrar al casino, junto a Nito, Banana, Miguel Coronel y otros
Juárez quiere premiar a los cabecillas de la juventud juarista.
¡Oh sorpresa!. Nadie les había pedido trabajo, pero sin embargo el gobernador había dispuesto eso, y había que trabajar. Alguna vez me había hecho esa idea, de que iba a trabajar en ese lugar y esta era la oportunidad.
Sabía que con esto iba a dejar atrás muchas cosas de mi vida.
 Es así que la noche del día 24 de octubre del 73, ingresamos al lugar donde iba a estar por veintidós años.

 No tenía saco, pero no porque no lo podía tener, simplemente que nunca me gustó usar, nunca le di importancia al buen vestir,  pero en esta oportunidad tuve que recurrir a mi amigo de entonces Oscar Domenge, (después compadre), y el me prestó un saco. Era un saco sport color borravino.

Me tocó estar como auxiliar de tesorería, ¡Que podía saber de administración! Nada, lo único que había hecho hasta mis veintitrés años fue vender zapatos en la zapatería de mis tíos y levantar quiniela en la agencia que también era de ellos.

Pero hubo un compañero que me enseño y mucho. “El Negro Aldo Quiroga” Oriundo de Ojo de Agua, trabajaba desde tiempo atrás en el casino y fue el único que me enseño a trabajar, una persona de lo mas piola, y de a poco gracias a el me fui adaptando. Pero los sábados por la noche era un tormento, escuchar música en el Maracaibo, ver pasar a las parejas a divertirse y todo eso me volvía loco. Para colmo era la noche que mas tarde salíamos. Romero nos hacía trabajar una hora mas, salíamos casi a las cinco de la mañana, ya sin ánimo para nada, las noches laborales nos absorbían la libertad, ya no era el mismo, mi rutina cambió, no era de dormir mucho, fue una costumbre de siempre. Vi. el alba, ya sea levantándome temprano o cuando me amanecía de joda con amigos, nunca me gustó dormir por la mañana, cosa distinta era la siesta. Pero el casino cambió mi rutina a pesar de que siempre me daba tiempo para estar con mis amigos de siempre. Con la diferencia de que ellos tenían la libertad de salir los fines de semana, yo no, pero trabajé pocos días en Termas.

Con esta nueva administración del casino, se hizo un convenio con el Banco Social de Córdoba para abrir dos anexo en esa provincia. Mina Clavero y Miramar.

Se designaba a la gente que iba a ir a esos anexos, en ese poco tiempo que trabajé en el casino de Termas, decidí  pedir a don Paco que me mande a  Mina Clavero, y a duras penas Romero me dejó ir.

El Pato ya estaba cambiado también, ya no era el mismo Romero de antes, en cierta forma se entendía, tenía una gran responsabilidad, dentro del casino, no era muy querido por los viejos empleados, en especial los santiagueños.  Una porque los hacía trabajar y los controlaba y la otra, por política, o quizás por la mala política que empleaban algunos allegados a Romero. Pero el Negro los ignoraba a los de Santiago, no había ninguno que se le pare, tenía un genio terrible cuando le hacían la contra. Pero era el primero que entraba y el último en salir.  Cuando partí a Mina Clavero, no sabía que iban a pasar casi dos años para mi regreso, de ese momento perdí todo contacto con  la realidad que se vivía en Termas. Prácticamente ese pueblo serrano me cautivó con su belleza y la de su gente, y fue como vivir una nueva vida, tal es así que adopté a ese lugar como mío, hasta la tonada se me pegó, pero las cosas que viví en ese lugar fueron extraordinarias. Los que iban en forma normal era la gente de juego y algunos administrativos. La tanda iba por un mes o dos, mientras que yo pedí quedarme. Hay muchísimas anécdotas del lugar, siempre traté de resaltar las de humor. Lo que quiero destacar, es que al llegar a esta hermosa ciudad serrana. Fue el lugar donde fuimos a parar  - La pensión Meliton Domínguez- (Coincidencia en el apellido). Estaba   a cargo del hijo,  Julio  “Papicho” Domínguez. Un verdadero personaje que nos alegró la vida con sus locuras, y a la vez a el le cambiamos también la suya, un tipo buenazo, al igual que su familia, Doña Rosa, (la esposa) Julito, Marcelo y Danielito (Los hijos).  , era Danielito era la luz de los ojos del “Loco” Papicho. Le enseñamos las mil y una de las guasadas santiagueñas atrevido, pero una dulzura de pibe (Para nosotros), en ese tiempo debe haber tenido dos o tres años. Yo dormía poco, y mis compañeros le sacaban callos al colchón, recién a la una se levantaban. Para que me pase el aburrimiento de esas horas solo en la pensión, lo mandaba a Danielito a las diez de la mañana que les grite - ¡A comeeeer! Y todos se levantaban refregándose los ojos, cuando se daban cuenta de la hora que era, me lo querían comer vivo a Danielito.

Nos enteramos tiempo después, que a  los diez y nueve años de edad Danielito había tenido un accidente con la moto y se mató.

Quizas eso le haya acelerado la muerte a nuestro amigo Papicho pocos años después.


Ramón Alfredo Domínguez

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