Historias de casinos V: Liborio "Batata" Guzman



Había un jefe de Punto y Banca que era porteño, era un calavera de primera - “El Negro Ogando” – Resulta que un día al flaco Tatín Castaño le hablan por teléfono para darle la noticia de que había nacido su primera hija, se imaginan la emoción del flaco. Esa noche después de la jornada laboral, nos encontramos a la salida en un bar que estaba al lado del casino “La Jirafa”, el dueño era un porteño de nombre Daniel, pero si íbamos a ese lugar no era por la amistad que nos unía a Daniel, sino porque este tenía una mujer que cortaba el aliento con el cuerpo que tenía; ¡Mamita! Que cuerpo que tenía esa mujer, hermosa por donde la miren. Pero bueno… eso es al margen.

El flaco ya estaba sentado con el Negro Ogando, y con otros mas, entre ellos “Batata” Guzmán, estaban tomando hasta la temperatura de la madrugada cuando llegué. Habían destapado varias botellas. Continuamos con el festejo y se hizo la mañana. “Batata” Guzmán ya tenía una guitarra y cantaba, no era buen cantor, pero tenía un repertorio de chacareras que ni Eduardo Avila los tenía, ya estaba hasta las manos, pero el seguía, se hicieron las siete de la mañana, la gente ya comenzaba a transitar las calles del pueblo y miraban el espectáculo que presentábamos en la vereda del bar de Daniel.
Justo frente al casino estaba la sucursal del banco Social de Córdoba, y el Negro Ogando tuvo una idea ; le dice a Batata;
-          Señor Guzmán –
¡Si mi jefe!, contesta Guzmán.
Quiero que vaya al banco y pregunte por el gerente; cuando este lo atienda,  dígale que va de parte de Ogando para darle una serenata-
Nosotros nos mirábamos como diciendo
¡Este está loco!,
Vaya Guzmán y lleve la guitarra.
Ni lerdo ni perezoso se levanta de la silla el Batata, y  cruza la calle rumbo al banco, éste estaba lleno de gente que hacía cola para realizar sus cosas, y Batata entró guitarra en mano. Hizo lo que el jefe le indicó  y después se escuchaba un popurrí de chacareras dentro del banco, la gente hacía palmas y aplaudían  nosotros nos matábamos de risa ¡Era de no creer!. Ese día parte de esa ciudad tuvo una mañana verdaderamente atípica.

Telón, después de esa actuación de Batata en el banco, nos levantamos con Castaño y nos fuimos a la pensión. El trayecto no era muy largo, y allí íbamos pensando en seguir con el festejo.

Compramos asado y vinos, no se donde sacamos un bombo y entramos a hacer ruido, el flaco estaba como loco por haber sido padre, levantamos a todo el mundo, a los nuestros y a algunos turistas, el flaco y yo inventábamos vidalas con el bombo, la cosa era hacer ruido. En una habitación estaban dos viejitas turistas que entre las dos hacían como 160 años, y se sintieron molestas por nuestros gritos, abrieron la ventana y gritaban –

¡Cállate Indio, cállate hombre, deja descansar a la gente!,  como a mi me llamaban por el apodo “Gitano”, las viejitas se equivocaron y en lugar de gitano me decían indio. No le llevamos el apunte, se levantó el dueño de la pensión (El loco Papicho), y le comunicamos la novedad, ahí nomás el loco prendió el fuego y pusimos el asado, después le pedimos disculpas a las viejitas y le explicamos cual era el motivo de nuestra locura, ellas comprendieron y se prendieron con nosotros al festejo. Eran un amor, flaquitas como un palo, pero muy divertidas.


Ramón Alfredo Domínguez

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